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La moda es la cárcel de todas: Anarcofeminismo o barbarie

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Sólo en la industria textil, entre 2006 y 2009, han sido asesinadas 414 obreras en 213 incendios. Sólo en 2009 y sólo en Bangladesh, fueron 165 las asesinadas. Desde el tristemente famoso incendio ocurrido en una fábrica de Bangladesh el 24 de diciembre de 2012 hasta enero de 2013, es decir, en unos dos meses, ardieron 28 fábricas dejando 541 heridas y 8 muertes.

Son los datos de la globalización de un capitalismo salvaje que lleva miseria y explotación allá donde va. Y patriarcado, por supuesto. El capitalismo es un patriarcado productor de mercancías: todo gira en torno al valor que tengan las mercancías o el trabajo humano, y para que algo tenga valor tienen que existir otras cosas que, en comparación, no lo tengan. Aquello que no tiene valor es la vida, y todas las tareas necesarias para mantenerla: reproducción, cuidados, cariño, etc. Frente a este “gasto de tiempo” en estas tareas curiosamente tan necesarias, se encuentra el beneficio, lo realmente importante: la producción, la política, lo público, aquello que se identifica como el espacio masculino.

Ésta es la lógica de la mercancía que va extendiendo por todo el mundo, que genera discriminación y un plus de explotación sobre las mujeres. En este sector, más del 90% de los trabajadoras son mujeres. Estas mujeres, en países como Camboya, pueden llegar a trabajar 11 horas al día por 50 céntimos la hora, sin la posibilidad de ir al baño ni de moverse. Sus contratos son temporales (de unos tres meses) para no renovarlas si se quedan embarazadas. Si esto ocurre, se ven obligadas a ocultar el embarazo el mayor tiempo posible y cuando lo comunican no se les da ni baja maternal, ni plus salarial, ni se les permite siquiera reducir su jornada laboral, dejar de hacer horas extras o ir al baño. A estas mujeres se les acosa para que abandonen por ellas mismas el trabajo y, si no lo hacen, se les despide igualmente, al igual que si presentan bajas por enfermedad.

La industria textil, asimismo, saca beneficios del tráfico de personas, llegándose a detectar en Brasil más de 30 talleres con mano esclava de personas víctimas del tráfico de personas que vivían en condiciones insalubres y llegando a trabajar 16 horas por 90 euros al mes que deben destinar a pagar a las mafias que trafican con ellos.

Me siento durante once horas al día y es como si las nalgas las tuviera en carne viva. No podemos ir al baño. Tenemos que producir muchos lotes.

La cuota de producción que nos fijaban era de 80 por hora. Pero cuando se aumentó el salario mínimo elevaron nuestra cuota a 90. Si no lo logramos, nos gritan furiosos. Nos dicen que trabajamos con lentitud. Que tenemos que hacer horas extras. Y no podemos negarnos. Somos como esclavos y no trabajadores. Incluso si vamos al servicio, nos llaman para que regresemos. Ni siquiera podemos ir al baño.

Ahora están estudiando cuánto tiempo se tarda en hacer una camiseta. Yo no sé lo que están pensando en H&M pero es muy difícil para los trabajadores… No podemos descansar… Para algunos tipos de camisetas establecen una cuota de dos mil y tenemos que cumplir con ella a diario.

Una de cada cinco de estas mujeres sufren acoso sexual en el trabajo por parte de sus jefes o sus compañeros hombres. Constantes piropos, insinuaciones sexuales, tocamientos e incluso tocamientos bajo la ropa que sienten la necesidad de permitir para que el mecánico de la fábrica les arregle la máquina de coser y puedan seguir trabajando y cobrando: esto es lo que tienen que sufrir estas obreras cada día, a veces desde los 12 años. Muchas de estas mujeres se pusieron en huelga en 2012 exigiendo una solución y escribieron a las marcas internacionales para pedir la revocación de su gerente actual: no se llegó a ningún acuerdo con los abogados de las fábricas, o lo que es lo mismo, los jefes se negaron a erradicar esta práctica porque ellos mismos se benefician de la misma, contratando muchas veces a mujeres jóvenes y guapas para exigirles servicios sexuales en compensación.

Es terrible. A las mujeres verdaderamente no nos gusta. Nunca somos vista como iguales. […] No podemos llevar el número de la de veces que nos silban o nos hacen un guiño.

La mayoría de los representantes sindicales son hombres (como el 75%) y están sometidos a la persecución patronal, cuya práctica común es despedirles si no aceptan sobornos a cambio de someterse a las condiciones de la empresa. A pesar de la existencia de sindicatos, de su denuncia de esta situación y sus exigencias, las marcas internacionales siguen haciendo oídos sordos. Las obreras trabajan normalmente para subcontratas que muchas veces les ocultan la marca para la que trabajan para desarticular así la lucha sindical.

En esto se escudan las empresas occidentales: en el desconocimiento de las condiciones de ciertas subcontratas, a pesar de hacer, según ellas, auditorías externas. Adidas, Inditex, H&M, El Corte Inglés…gigantes empresariales que pueden seguir perfectamente la cadena de producción (sobre todo cuando hay investigadores que así lo hacen) al igual que garantizan la calidad de sus productos. La explotación es la esencia misma del patriarcado: explotar a unas lo máximo posible para conseguir el máximo beneficio posible. La búsqueda constante del dinero, del beneficio, del capital, no ya como forma de enriquecimiento personal sino como esencia tautológica del capitalismo.

Y para que pueda existir ese beneficio y pueda ser lo mayor posible, la jerarquía de géneros: las mujeres como mano de obra barata. El capitalismo, lejos de ser un sistema neutro sexualmente, fomenta un sistema social patriarcal que veta a la mujer en el plano público para garantizarse una mano de obra con mucha dificultad para articular luchas sindicales que sean reconocidas. Asimismo, el capitalismo se arma mediante el acoso y el abuso sexual para mantener a las trabajadoras atemorizadas, fieles a lo que se espera de ellas en horas extras y cantidad de trabajo porque sino serán llamadas “putas” como inicio de un largo camino de acoso sexual hasta reconducirlas al “camino correcto”, el más eficiente para ellos.

Siguen existiendo las jerarquías de género, sigue existiendo una esfera pública-masculina y una privada-femenina, aunque aquí algunas puedan acceder (no sin dificultades) a ese ámbito público como empresarias, políticas, directoras de bancos, etc. y aunque muchas mujeres trabajen fuera de casa, esto no supone una eliminación de la jerarquía de género. Es decir, que en el caso de las mujeres que somos trabajadoras tenemos que asumir una doble socialización, una doble carga, la explotación del trabajo asalariado y seguir ocupándonos de las tareas de cuidado y reproducción. En el caso de las mujeres de clase alta que acceden a los puestos de poder, la jerarquía sigue sin romperse, sólo se desplaza a otros mundos femeninos. ¿Quién se encarga de la tarea de cuidados cuando una mujer tiene dinero y no se puede ocupar de la misma? ¿Quién pone su vientre en alquiler cuando una mujer tiene dinero y no puede tener hijas, o no quiere estropear su físico? ¿Quién se encarga de esas tareas típicamente femeninas, como la costura, que muchas mujeres no hacen ya, entre otras cosas para que sean más útiles en la rueda producción-consumo? No son hombres, no son ricas, son las mujeres de clase obrera, de distintos países. El patriarcado no es destruido: se vuelve más salvaje a nivel de global; hay mujeres que han conseguido una vida habitable, pero esto sólo es posible en base a la dominación sufrida por otras.

Destruir el patriarcado tiene que ir unido a destruir el capitalismo y el sistema jerárquico, sino el feminismo no será revolucionario ni real, sólo podrá ser un capricho occidental. Anarcofeminismo o barbarie.

Nos vemos en las calles, compañeras.

Mujeres Libres Madrid

NI PATRIARCADO NI ESTADO NI CAPITALISMO

NI AMAS NI ESCLAVAS

El club de la testosterona

machismo

Desde hace tiempo se escucha en la calle que: “El feminismo está acabando con los movimientos sociales”, un mantra que atraviesa la columna vertebral de las organizaciones que luchan como si se tratara de una certeza inalienable de esas que, gracias a ser repetidas mil veces, comienzan a aceptarse como única verdad posible.
Y nos preguntamos cómo un movimiento que defiende la liberación de la mujer y de cualquier otro grupo que esté bajo el yugo del patriarcado y del capitalismo, nuestros dos principales enemigos, puede acabar con la lucha misma contra este par de monstruos que justifican la supremacía de unos pocos por razón de nacimiento.
Y sólo existe una razón: el patriarcado como estructura social de distribución desigual entre hombres y mujeres necesita , para su continuidad, del machismo, que es la actitud de prepotencia de los hombres respecto a las mujeres.
Y el machismo lo ejercen como forma de control patriarcal, los hombres que conviven con nosotras en cualquier espacio, desde el íntimo al político.
Mientras el patriarcado es un ente abstracto cuya crítica no implica nada más allá de un posicionamiento ideológico, acabar con el machismo implica el compromiso personal de todos para acabar con los comportamientos y las maneras de interpretar la realidad que siguen garantizando la buena salud de la que goza el patriarcado. Un trabajo difícil y duro que implica cambiar estructuras emocionales, psicológicas, políticas y sociales muy consolidadas y que forman parte de nuestra configuración como individuos.
Parece que en el ideológico común existe el consenso de ruptura con las estructuras de dominación de un grupo sobre otro, pero cuando se solicita el trabajo individual que suponga ser el agente mismo del cambio, entonces empezamos a tener muchos problemas.

Después de todo, esta liberación y otras, todas las liberaciones del mundo pasan por que el grupo privilegiado abandone su posición y deje de reproducir todos esos comportamientos que en la vida diaria, junto a las leyes que los respaldan y refuerzan, constituyen el grueso de la dominación, para que puedan ser sustituidos por otros que no consientan la superioridad de unos sobre otros.
La negación del grupo de los opresores a introducir estas modificaciones nunca asumida desde ningún argumentario, se oculta tras reacciones defensivas que siempre intentan invalidar la razón principal de la reclamación, de la que no se habla nunca, para pasar a defenderse, desde dos únicas posiciones: el ataque personal y la defensa política, cuando de lo único que se debiera estar tratando es de una reivindicación de género.
Ésta es el único motivo por el que la denuncia de una compañera por violencia machista hacía otro compañero, aún dentro del mismo colectivo, se convierte en una “bola de nieve” cuesta abajo y sin frenos que puede llevarse por delante a toda la organización y que sólo deja de crecer cuando se golpea contra un árbol y destroza a todos los que vamos dentro incluida la propia organización.
La necesidad de disimular que no se entiende la posición anarcofeminista y, lo que es peor, que no se está dispuesto a hacer nada para entenderla, lleva al impulso de combatirla con una saña imposible de entender entre compañeros de militancia.
A la compañera que denuncia se le cuestionará la veracidad de lo que cuenta, las intenciones políticas por las que las cuenta, la estabilidad emocional, la posibilidad de que sea ella la maltratadora, y pasará a ser sospechosa de todo y de nada en realidad.
Será golpeada una y otra vez desde el ajuste de cuentas personal y desde la estrategia política, convirtiendo un maltrato de género en una guerra de dos bandos: uno en defensa de la cuestión de género que se trata en la denuncia, y el otro, que recabará apoyos entre las cuentas pendientes y las imperfecciones de la denunciante para colocar a esta mujer en el altar de los chivos expiatorios de las limitaciones de los machistas que intentan por todos los medios demostrar que “muerto el perro se acabó la rabia”, cómo si la rabia anarcofeminista fuera algo que ellos pudieran entender y gestionar.
Y estos ignorantes prepotentes y sus parejas son, en definitiva, los que desde su incomprensión voluntaria y sus defensas mal intencionadas terminan llevándonos a todos a un enfrentamiento innecesario que dejará malparada o acabará con la organización, desatendiendo a la mujer, protegiendo al maltratador y dejando el tema principal oculto a la vista de todos, estrategias de manipulador machista de libro.
Y es aquí donde aparece la rabia de los machistas, esa que aparece cuando el grupo que siempre ha disfrutado de privilegios, se siente cuestionado y confuso ante una mujer que ha violado una norma de obligado cumplimiento según el patriarcado, como lo es guardar silencio sobre la violencia en la que vive o ha vivido.
La respuesta machista que terminará arañando la cara de la mujer maltratada como metáfora de que la rabia de los oprimidos que exigen dejar de estarlo, nunca está a la altura de la rabia de los deben abandonar su posición de privilegio.
Como toda explicación, habrá una nueva culpabilización de la víctima con un escueto: “la culpa de lo que ha pasado la tienes tú por haber tensado tanto la cuerda”, y una nueva amenaza para “zanjar”, (nunca mejor dicho), el tema: “estás cavando tu propia tumba”…Culpabilización y amenaza que se hace extensible al grupo que la apoya.

Así que se siente, no es el anarcofeminismo el que termina con las organizaciones, es la respuesta rabiosa de los machistas ante lo que entienden, no como una situación injusta contra la que luchar sino como un ataque personal o político, la que acaba con los movimientos.

 

Muerte a los machistas,

¡¡viva la anarquía!!